UN LOBO DE MAR NORUEGO EN LA NORUEGA BILBAINA
Unai Aranzadi vuelve a colaborar con nuestro blog y nos presenta una mirada a uno de los rincones con más carácter de Bilbao: Olabeaga. También conocida como “Noruega”. Un nombre que viene, según parece, de una mezcla entre su orografía y la llegada de bacalao de aquel país.
Con Halvard Nilsen como protagonista e hilo conductor de esta historia, este artículo nos ayuda a conocer un poco la historia de este barrio y algo de la vida de los pescadores en las heladas aguas árticas. Unas aguas donde en un tiempo, los marinos vascos les “devolvieron al visita” a los marinos de aquellas regiones.
UN LOBO DE MAR NORUEGO EN LA NORUEGA BILBAINA
Un artículo de Unai Aranzadi
EN LA CIUDAD vasca de Bilbao, al muelle de Olabeagase le llamaba “Noruega” por ser el atracadero en el que los barcos venidos de aquel país nórdico descargaban ingentes cantidades de bacalao. Y aunque en estos diques de aquel sobrenombre ya sólo queda el letrero del clausurado bar Noruega, hoy podemos recordar parte de aquello que nos unió a Escandinavia gracias a la visita del pescador y marino, Halvard Nilsen, un enamorado del País Vasco, y quizás, el último arquetipo de viejo lobo de mar noruego que pisa nuestra particular Noruega bilbaína.
Paseando a orillas del río Nervión, Halvard se ve a sí mismo como un profesional de otro tiempo. “Ya vamos siendo menos los que quedamos para recordar el mundo de la navegación y la pesca del modo que vascos y nórdicos lo hemos hecho a lo largo de los últimos siglos, sea con el arpón, tripulando barcos o salando el pescado”. Nacido en la ciudad noruega de Tromsø, la latitud de sus aguas está dentro del Círculo Polar Ártico. “Vine al mundo a cincuenta metros del agua salada. Allí todo era el mar, como en algunos pueblos de la costa vasca. Mi padre era pescador, así que yo mismo hice lo que casi todos mis amigos, y en los años cincuenta, con quince años, me metí de marinero como deckboy, que es lo que aquí llamáis txo”. Durante casi medio siglo, Halvard alternó la marina mercante con la pesca y caza tradicional. “Con la marina mercante he dado varias vueltas al mundo, de Japón a Sudamérica y África, llevando todo tipo de mercancías. Por ejemplo, en los sesenta material bélico de Estados Unidos para la guerra de Vietnam. Y en los setenta fuimos apresados en el Golfo Pérsico por problemas con la revolución de Irán. En el caso de mis viajes transportando mercancías de Bizkaia, casi siempre se trataba de metales que llevábamos al Reino Unido, y también de mucha chatarra que se traía de vuelta al puerto de Pasaia”.
Entre el Siglo XVII y el comienzo del Siglo XX, Olabeaga era un ajetreado espacio de comercio internacional y reparación de buques, aunque también un lugar en el que los marineros llegados de largos viajes recurrían a la bebida, el juego y la prostitución, siendo el inicio de este mundo globalizado que conocemos hoy. Sin embargo, Halvard confiesa que los últimos noruegos que han desembarcado en la ría de Bilbao frecuentaban los bares y restaurantes de Santurtzi o Portugalete y no la Noruega de Olabeaga. “Y hablo en pasado porque la tripulación de los barcos ya apenas es noruega o vasca. Para nada. Incluso si la empresa es de casa, casi todas las tripulaciones ya vienen de países lejanos, como Filipinas o China, porque a las compañías les sale mucho más barato contratarlos a ellos”.
Al igual que sucedió en muchas familias del litoral vasco, Halvard aprendió a pescar gracias a su padre. “Hemos pescado de todo –recuerda entusiasmado- desde arenque hasta rape, bacalao o lenguado”. En busca de estas y otras especies, navegó hasta Islandia e incluso en la banquisa del Polo Norte. “Lo hice en varios barcos, pero recuerdo alguno de los primeros, que eran de madera. Un día, cerca de Groenlandia golpeamos el hielo. Fue terrible…”, pero abandona el tema sin entrar en detalles; demasiado curtido como para necesitar presumir de osado. Otra de las experiencias marinas de este intrépido arrantzale es hoy muy polémica: la caza de focas y ballenas. “Era una tradición nuestra. Tal y como lo hacíamos manteníamos lo que se llama el círculo de la vida. Cacé focas por el Ártico durante un año. Eran viajes muy duros y muy largos. No era un capricho, sino un medio de subsistencia”, recuerda.
De camino al Museo Marítimo, y parando a tomar unas rabas en algunos de los locales que contribuyen al buen ambiente del barrio, Halvard recuerda los filetes de ballena con la que se alimentó de niño. “No tiene nada que ver con este color blanco del calamar”, dice sujetando un pedazo de raba. “La carne de ballena es roja y tiene un sabor mucho más intenso. Hasta los setentas, era la proteína de muchas familias en Noruega. Hoy está fuera de la dieta. Dicen que está intoxicada por los químicos que lleva el mar”, lamenta.
Terminando el recorrido, Halvard lee con su marcado acento noruego, la palabra “Noruega”, que aún luce en el letrero de un bar que ya es historia. “Esto debe haber cerrado hace mucho”, afirma entre dientes. “Bueno, es natural que haya cambios”, concluye. “La forma de vida que teníamos ya ha pasado. Creo que como le sucede a muchos pescadores y marinos vascos, la mía es quizás, la última generación de una tradición muy larga”, afirma mirando a la ría, sin poder ocultar una cierta nostalgia.