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La alimentación de los mineros de Triano (Vizcaya): Reivindicaciones obreras y mejoras sociales, 1900-1907

La alimentación de los mineros de Triano (Vizcaya): Reivindicaciones obreras y mejoras sociales, 1900-1907

MACÍAS MUÑOZ, OLGA

Universidad del País Vasco

Comenzado el siglo XX, el comercio libre intentó hacerse camino en la zona minera, pero topaba con fuertes dificultades para su consolidación como consecuencia de la competencia desleal de que era objeto por parte de las tiendas obligatorias. Esta competencia originaba que los precios en las tiendas libres fuesen igual e incluso más caros que en los comercios de los patronos mineros, aunque eso si, sus productos eran de mejor calidad. En 1903 la Agrupación Socialista de Las Carreras presentaba un escrito al Circulo Minero en el que justificaban la conducta del comercio libre, abocado a soportar la injusta competencia de las tiendas de los patronos mineros. Para esta agrupación era un hecho que los mineros estaban obligados a proveerse de las cantinas y otras tiendas de los capataces de las minas, unas veces por la falta de dinero, como consecuencia de lo tardío en percibir sus pagas y otras por la amenaza más o menos directa de sus encargados. Montes de Triano (Bizkaia).

Al mismo tiempo, aquellos mineros que vivían fuera de los barracones por estar casados o alojados en otro tipo de locales, recibían un salario menor, por lo que hacían un gasto también menor en las tiendas libres. Por si esto no fuera poco, las tiendas obligatorias podían asegurarse el cobro de los gastos hechos por los mineros descontándoselo de los jornales, mientras que el comercio libre no tenía medios para garantizar que se le pagase lo que se les debía. La solución que la agrupación socialista proponía era que se pagase a los mineros a mes vencido para evitar los daños que los malos pagadores causaban a las tiendas libres. Ya no se hablaba de géneros en mal estado o de mala calidad, la cuestión a debate era la carestía de los productos de primera necesidad.

En octubre de 1903 un nuevo movimiento huelguístico azotó a la zona minera. Ante el dramático cariz que tomaron los acontecimientos las autoridades encargaron diferentes informes para determinar qué situación desencadenó este malestar obrero. Entre estos estudios, se encontraba el de los Sres. Salillas, Sanz Escarpín y Puyol, a cargo del Instituto de Reformas Sociales. Según este informe, la cuenca minera de Vizcaya daba cabida en 1903 de once a doce mil mineros, de los que un 70 por ciento procedían de Galicia, Asturias y Castilla. Ganaban desde 1,25 pesetas como jornal mínimo, a un máximo de 3,75 pesetas. Las jornadas eran de nueve horas y media en invierno y de doce en verano. Se alimentaban, por término medio al mes, con 60 kilos de pan, cinco de tocino, tres de tasajo crudo, dos de judías y garbanzos y 50 de patatas. Cada día consumían un cuartillo de vino y una copa de aguardiente, bebidas casi siempre adulteradas. Todo ello muy caro, mucho más caro que en Bilbao.

Continuaba el citado informe diciendo que cada año, a causa de las lluvias, los mineros dejaban de trabajar de ochenta a noventa días, que dormían en habitaciones realquiladas o en los barracones, dos en cada cama… Lo que se llamaba dormitorios no eran más que verdaderos cajones de madera. Por dormir como dormían, las enfermedades de la piel, sobre todo la sarna, se propagaban rápidamente y por trabajar rudamente al aire libre enfermaban del aparato respiratorio. Muchos eran los que morían de pulmonía.

No se podía negar que con anterioridad a la huelga de 1903, la vida de estos obreros había sido más dura. Desde la huelga de 1890 hasta la de 1903 se habían sucedido diez y siete huelgas parciales y tres generales, con sus consiguientes mejoras en las condiciones de trabajo, salariales y de vida. Aún así, todavía quedaba por hacer, y las quejas siempre venían de los obreros connaturalizados, fijamente avecindados en la cuenca minera, organizados en asociaciones políticas. Por el contrario, a la mayoría de los obreros trashumantes y andariegos, poco les importaba seguir alimentándose de quince gramos de tasajo salobre y soportar dormir en el más raído de los petates. Sala del Hospital Minero de Triano (Bizkaia) a finales del siglo XIX.

Para los autores de este informe, era un hecho innegable que en la cuenca minera de Vizcaya existía el germen y la razón de una serie de conflictos que conjurados por el momento con el fin de la huelga de 1903 no tardarían en estallar si no se llegaba a un acuerdo que satisficiese a todas las partes implicadas. En definitiva, en la cuenca minera había un problema de higiene y de salubridad, al que se añadía un problema político y se hacía urgente su solución. Mientras tanto, el Estado, el Gobierno y el Parlamento aplazaron en los momentos de la huelga de 1903 el remedio a la situación de los mineros, sin que pasado medio año después de este conflicto, hubieran tomado solución alguna.

El malestar por el encarecimiento de los productos de primera necesidad en la zona minera era cada vez mayor. Agrupaciones obreras y sociedades de resistencia, convocaban mítines y realizaban diferentes movilizaciones pidiendo el abaratamiento de estos alimentos básicos ante la mayor indiferencia por parte de patronos y autoridades. En 1907, se llegaba a la conclusión de que con lo que comía a diario un minero y con el trabajo tan duro que tenía que realizar, era imposible vivir. Lo comían al día estos mineros en 1907 poco variaba de lo que comían sus compañeros de 1882. Por la mañana, unos desayunaban unas sopas insípidas y otros un puchero de patatas con una insignificante tajadita de tocino. A las doce de la mañana, la mayoría comían alubias y otros garbanzos, con otra pequeñísima ración de tocino. Vino, lo bebían los menos. Por la noche, la mayor parte cenaban el resto de las alubias de medio día y los demás un puchero de patatas, acompañadas de una tajada de tocino tan grande que la mayoría de las veces la ingerían sin darse cuenta. Estos eran los alimentos que reparaban las fuerzas de los mineros. En efecto, género más económico, pero de menor calidad alimenticia que las legumbres, la patata había irrumpido con fuerza en el menú del minero.

Se calculaba en este año 1907 que un minero consumía por término medio al mes: 11 panes, celemín y medio de alubias, un quintal de patatas, cuatro kilos de tocino, tres kilos de tasajo y 10 cuartillos de vino. En estos gastos desembolsaría 33,25 pesetas, a lo que había que añadir el coste de la habitación, calzado, ropa, tabaco y lectura lo que aumentaría el gasto mensual a 55,75 pesetas. El ingreso mensual de un minero podía calcularse en un término medio de 60 pesetas, a pesar de que el jornal era de 3 pesetas diarias, puesto que se estimaba que entre fiestas, paros forzosos por falta de trabajo o por los temporales, enfermedades u otras contingencias, tan solo quedaban 20 días hábiles al mes. Sacando cuentas, la diferencia a favor del minero era de 4,25 pesetas. Este cálculo estaba hecho para mineros solteros, con lo que no era difícil imaginarse la situación de aquellos que tenían que mantener una familia.

Por lo tanto, como se puede observar, la alimentación de los mineros de Triano sufrió pocas modificaciones desde 1882 hasta 1907. En su conjunto, el aporte energético venía dado por los hidratos de carbono provenientes de las legumbres, que fueron poco a poco sustituyéndose en mayor o menor proporción por las patatas, alimento de menor calidad nutritiva pero mucho más barato. Por supuesto, que la carne fresca estaba por completo ausente de su dieta, y las proteínas provenientes de las legumbres, a pesar de no ser tan completas como las animales, se veían compensadas por pequeños aportes de tocino que, a su vez, conferían elementos grasos a la dieta. También el tasajo, carne seca de vaca importada de Argentina, era otro componente proteico de la dieta del minero, barato aunque de dudosa calidad culinaria. Agosto de 1906. Barricada levantada por los huelguistas mineros a la entrada del barrio obrero por el puente de San Antón.

En cuanto al consumo de pescado, difícilmente llegaba pescado fresco a la zona minera, a pesar de la cercanía de un mercado abastecedor y distribuidor en este concepto tan importante como era Bilbao. El consumo de pescado se reducía básicamente al bacalao en salazón, eso sí, de las más ínfima de las calidades. Para finalizar, otro elemento de primera necesidad imprescindible en la alimentación del minero era el pan y su venta no estaba exenta de continuas quejas por irregularidades en cuanto a su calidad y a su peso.

Por consiguiente, la dieta del minero sufrió un deterioro de su calidad nutricional en cuanto a que se fueron incorporando productos, como la patata, más baratos y no tan completos como las legumbres a las que se sustituía. La carestía de los géneros de primera necesidad fue desde el primer momento uno de los muros contra los que topaba cualquier intento de mejora de la calidad nutricional de los alimentos. Que las legumbres fueran de menor tamaño, o que el tocino procediera de los Estados Unidos como consecuencia de su baratura, no repercutía en su aporte nutricional, a no ser, claro está, que sus condiciones sanitarias no fueran las adecuadas para su consumo, y de ello derivasen intoxicaciones y otras consecuencias nefastas para la salud de los mineros. Aún así, no hemos encontrado noticias sobre casos graves de intoxicaciones en la zona minera por el mal estado de los alimentos. En definitiva, la piedra angular en la que se basaba el problema de la alimentación de los mineros era el control por parte de los patronos ya fuese de un modo directo o indirecto de los canales de distribución y venta de los géneros alimenticios, permitiendo la venta de unos productos de pésima calidad a unos precios tan elevados que podían llegar hasta doblar el precio de los mismos en la Plaza de Abastos de Bilbao. Esta carestía llevó a los mineros a ir sustituyendo aquellos componentes de su dieta más susceptibles al cambio por otros géneros que, si bien, eran similares, no tenían la misma calidad nutricional. Efectivamente, la dieta del minero se fue empobreciendo desde el punto de vista alimenticio, aunque por las cantidades reseñadas, aumentó la cantidad de las raciones gracias a los aportes de otros comestibles más baratos y menos completos, como ocurrió con el incremento del consumo de la patata. Este artículo es un resumen del trabajo presentado por la presente autora y bajo el título La alimentación de los obreros mineros de Triano (Vizcaya), 1882-1907 en las Jornadas Científicas “Minería y desarrollo empresarial en España”, Almadén, 17 y 18 de febrero de 2005 y de la ampliación de este trabajo presentado bajo el mismo título en el VIII Congreso de la Asociación Española de Historia Económica, Santiago, 13, 14, 15 y el 16 de septiembre de 2005.