En la ría de Bilbao la carga del mineral de hierro procedente de las minas de Mina del Morro, Miribilla y Ollargan se concentró en dos zonas claramente diferenciadas. Aguas arriba, en los muelles existentes junto al puente de San Antón, los más cercanos a las minas y por tanto los que implicaban un menor coste de traslado. Con la llegada del ferrocarril y también con la instalación de tranvías aéreos, se instalaron cargaderos, algunos muy significados, en la vega de San Mames y los muelles de Olabeaga y Zorrotza.
Olabeaga tuvo dos cargaderos significados, los llamados de Olabeaga (u Olaveaga) y de Gandarias. Ambos sufrieron una evolución tecnológica y constructiva para adaptarse a los cambios y mantener la eficiencia en el transporte intermodal. El primero desapareció de modo definitivo hace ya décadas. El de Gandarias, de hormigón armado y uno de los últimos que quedaban en Bilbao junto a los de Zorrotza, fue demolido más recientemente tras años en desuso, pese a los intentos de la Asociación Vasca de Patrimonio Industrial y Obra Publica, AVPIOP – IOHLEE por evitarlo.
El conocido como cargadero de Olabeaga lo construyó en 1894 la Compañía del Ferrocarríl de Bilbao a Portugalete en los muelles de Olabeaga. El transporte de minerales se efectuaba por medio del ferrocarril que utilizaba la vía de Cantalojas a Olabeaga, cargando los minerales de las minas Morro, Josefa, San Luis, Gustavo, María la Chica y Abandonada, todas en el distrito de Bilbao. El primer cargadero fue construido en madera creosetada y consistía en una planchada orientada en perpendicular a la corriente; sobre ellas iban unos raíles en pendiente por los que llegaban las vagonetas hasta el extremo volado de la estructura y volvían por una segunda vía, tras volcar manualmente la carga. El mineral caía por una tolva a una vertedera -sostenida por un castillete- por la que se deslizaba en la bodega del barco. En los años 20 del siglo pasado fue desmantelado completamente, construyéndose uno nuevo de hormigón armado. También en aquella época fueron sustituidas las vagonetas por cintas transportadoras, aumentando considerablemente la capacidad de carga. Tenía un dropp de 43 pies de altura y 13 pies de calado, con una capacidad de carga de 1.500 Tms diarias.
En su blog Historias del Tren, Juanjo Olaizola recuerda la importancia de la instalación de los ferrocarriles para la economía de transporte de los empresarios mineros: «En un principio, el enlace entre la línea de Bilbao a Portugalete y la de Tudela a Bilbao se estableció mediante el aprovechamiento de la dura rampa construida en 1863 por esta última compañía para facilitar el acceso de sus vagones a los muelles de Ripa en Bilbao, situados junto a la estación cabecera de la línea de Portugalete, emplazada en los vecinos muelles de La Naja. Dadas las evidentes limitaciones al tráfico de mercancías de este enlace, el 14 de marzo de 1890 el gobierno otorgó a la Compañía del ferrocarril de Bilbao a Portugalete la concesión para la construcción del ramal de Olaveaga a Cantalojas, con el que se estableció una conexión alternativa por el sur de la ciudad con un trazado sin las limitaciones del anterior. En un principio, esta línea solamente se utilizaba en el servicio de mercancías, tanto en el trafico combinado entre ambas líneas, como para atender la producción de diversas minas de hierro del entorno, cuya producción se descargaba mediante un espectacular cargadero construido en Olaveaga. Poco después también se construyeron en las proximidades los talleres para el mantenimiento del material móvil de la compañía.»
Del cargadero de Olabeaga han quedado testigos que nos recuerdan su ubicación y la envergadura e importancia que tuvo, como el muro-estribo de sillería del que nacía la estructura que volaba sobre los pasos de viandantes y vehículos hasta entregarse a las aguas de la ría para lograr el calado suficiente para el atraque de los buques y la carga mediante la vertedera; como la estructura de cimentación conteniendo los testigos mudos de los arranques de hormigón y madera, semicubiertos ya con la vegetación que los otorga ese aire de respetabilidad que solo se adquiere con los años.