General Loma: el militar alavés con el que triunfó la lucha obrera
General Loma: el militar alavés con el que triunfó la lucha obrera
El General Loma intercedió en favor de los huelguistas frente a los patrones en las huelgas de 1890 para mejorar sus condiciones
- 19 de mayo de 1890, Vizcaya
El general Loma, acompañado de algunos oficiales, subía a las minas. Ya se había reunido con los patrones y las autoridades y le habían pintado un escenario preocupante. Le describieron los disturbios como un peligroso brote revolucionario destinado a destruir el orden establecido, algo que había que atajar con contundencia. Sin embargo. Loma se había preocupado de obtener información de otras fuentes.
Todo había empezado tras la manifestación de protesta por sus condiciones laborales del 1 de mayo, cuando la compañía minera Orconera había despedido a cinco trabajadores por significarse en la manifestación y posterior mitin. Sus compañeros se declararon en huelga y para el 12 de mayo era una huelga general.
10.000 obreros se reunieron en la Plaza Elíptica y el diputado provincial prometió llevar sus quejas al Senado. Sin embargo, los patronos se negaban a cualquier tipo de negociación, no estaban dispuestos a ceder ni un ápice. La huelga se extendió y radicalizó, 30.000 obreros en huelga, los trenes dejaron de circular, las fábricas estaban paradas, Altos Hornos se sumó a la huelga, se declaró la ley Marcial,… el día 15 la Guardia Civil disparó contra la multitud y dejó un muerto,… se sucedieron los enfrentamientos y la Guardia Civil y los forales se emplearon a fondo.
Pero el movimiento parecía imparable, se vieron desbordados y se hizo necesaria la intervención del ejército. Consiguieron que el trabajo en las fábricas se reanudara y los principales cabecillas fueron detenidos. Desde la cárcel emitieron un comunicado con sus reivindicaciones: Establecimiento de una jornada laboral de diez horas, eliminación de las «tareas», o trabajo a destajo, supresión de los barracones y cantinas obligatorias y readmisión de los despedidos. Los patrones se negaron, solo iban a aceptar una rendición incondicional.
Visita de Loma a los obreros
Por eso estaba allí. Para ver si eran reales los motivos de su protesta. La intervención del ejército bajo su mando había conseguido llevar a los obreros a una derrota segura, pero no pensaba que eso fuera una solución eficaz al problema.
El primer vistazo le impresionó. Unas míseras cabañas deficientemente construidas, tablones claveteados sobre una endeble estructura. El interior era aún más deprimente, las camas eran tablones de madera en el suelo sobre los que había un jergón relleno de hojas de maíz o helechos, apenas unos centímetros de separación entre ellos. Un gancho en la pared para que colgaran sus pocas pertenencias. Algunos habían añadido un destartalado cajón al mobiliario, no había muchos, tampoco había espacio. Ni retretes, ni agua corriente… El olor le hizo llevarse un pañuelo a la nariz. Había combatido en tantas batallas que ya no podía recordarlas, había sufrido junto con sus hombres en condiciones terribles, pero aquello era inhumano.
«Aquí nos obligan a vivir, y no crea que es barato. Les llamamos camas calientes», le dijo uno de los mineros. Loma le miró con extrañeza, dudaba mucho que aquella construcción de tablones mal clavados llenos de rendijas evitara que entrara el frío del exterior.
«Nunca están vacías, un minero se levanta para empezar el turno y el que lo acaba de finalizar se acomoda en el mismo jergón». Loma asiente con la cabeza, se siente incapaz de pronunciar palabra. Siente repugnancia e indignación.
Le guían hasta la cantina. Allí es donde les obligan a comprar los alimentos, no pueden traer nada del exterior. Los precios le parecen abusivos, pero lo que más le escandaliza es la ínfima calidad de los productos, muchos en mal estado. Los capataces y los patronos controlan el negocio de los cuarteles, así llamamos a los barracones, y de la cantina.
Ningún cuartel que él hubiera visitado, ni aún los peores estaba en tan malas condiciones y desde luego si a sus soldados les obligaran a comer semejante bazofia él mismo encabezaría la protesta.
«¿Dónde está la enfermería?» pregunta el general.
Los mineros que le acompañan estallan en carcajadas. «Aquí no hay de eso, señor», le contesta uno de ellos: «Si enfermas, te echan y ya está».
-¿Escuela? – pregunta de nuevo, aunque está seguro de la respuesta.
-¿Para qué? Los niños, en cuanto andan, ya pueden trabajar. No les pagan, pero empiezan con las tareas.
Un periodista ya le había hablado de las tareas, trabajo no renumerado pero obligatorio. Esclavitud. Le daba nauseas.
«Mañana mismo nos reuniremos con los patronos, convóquelos», ordena Loma a uno de sus oficiales.
Es de noche, pero no puede dormir. Sabe que los patronos no van a ceder fácilmente, desde luego no con argumentos. Describir las pésimas condiciones de los obreros no va a conmoverles, las conocen de sobra. Afortunadamente la opinión pública está a su favor, muchos burgueses están atemorizados por los disturbios pero también escandalizados por la situación de los mineros.
Eso quizás le dé margen para presionarlos. ¡Cuánto más fácil es enfrentarse a una batalla!. Y eso que las ha pasado de todos los colores, y no siempre ha salido indemne, sus muchas cicatrices lo atestiguan. ¿Quién lo iba a decir? Aquel niño que correteaba por las calles de Salinas de Añana, que acompañaba a su padre, Manuel de Loma López del Castillo, capitán retirado, a ver el estado de las salinas de su propiedad, que disfrutaba de las atenciones de su madre, Gregoria de Argüelles Fernández de las Corradas, que soñaba con un futuro de glorias militares, iba a verse ahora en semejante aprieto: Restablecer la paz social…. si es que eso era de alguna manera posible.
Cuánto más fácil le parecía ahora su carrera militar. Y eso que había empezado desde abajo, como subteniente de milicias en la primera guerra carlista, en 1838. Después teniente, capitán, luego en 1858, la Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, tras la batalla de Wad-Ras teniente coronel, luego comandante, gobernador militar de Guipúzcoa, Gran Cruz del Mérito Militar en 1873, capitán general de las Provincias Vascongadas, General, Senador por Vitoria en 1876, en 1880 la Gran Cruz de Isabel la Católica… Quizás no fuera mala idea utilizar alguna táctica militar, adaptarse a la situación, ver cuáles eran sus armas….
La reunión Loma-Patronal
- 21 de mayo de 1890, Bilbao
-¡Esos barracones ni aún para albergue de cerdos servirían! – Se indignó el general.(*)
– Eso es una exageración. – contestó uno de los patronos.
-¡Desde luego! – Se sumó otro con gesto despectivo.
-Lo he visto con mis propios ojos, es una vergüenza. – insistió Loma.
Los patrones demostraron su opinión con quejas y expresiones irritadas:
-No se puede ceder. Si les damos esto, ¿Qué será lo siguiente?… Tienen lo suficiente… ¿De qué se quejan? Les facilitamos alojamiento y comida sin moverse de las mina…
-¡Basta! – El general se preparó para la ofensiva principal. –Si no aceptan negociar con los mineros, retiraré las tropas y se apañan ustedes solitos para mantener la producción y frenar los disturbios.
Silencio, le miraban con incredulidad.
-No puede hacer usted eso. – se atrevió uno.
-Puedo y lo haré.
-Nos quejaremos a la corona. – escupió con rencor otro.
-Tengo plenos poderes. Y ya he enviado el informe a la corona y tengo su aprobación para obrar según crea conveniente.
No parecían del todo convencidos.
-¿Nos permite parlamentar entre nosotros? – sugirió uno de ellos.
-Desde luego, pero les advierto que este se arregla aquí y ahora. O aceptan o se las apañan solos.
El acuerdo entre huelguistas y patronal recogía varias de las reclamaciones de los obreros
Hubo más reuniones, más tiras y aflojas, pero al final la amenaza de abandono del ejército y la posición en contra de la opinión pública pesó más que la decisión de no ceder de los patrones. Así nació El Pacto de Loma, por el que quedaba prohibido a contratistas y capataces explotar barracones y cantinas, recobrando el obrero entera libertad para vivir y comprar sus alimentos donde quisiera, y se establecía una jornada laboral diferente según los meses del año, pero cuyo término medio venía a ser de 10 horas diarias de trabajo.
Fue el primer triunfo para la lucha obrera y la constatación de que la huelga era útil para reivindicar sus derechos. Pero la derrota que para los patronos supuso el “pacto Loma” era una espina clavada. Reaccionaron en abril de 1891, en vísperas del 1º de mayo, acordando declarar “nulo y sin ningún valor” el pacto de 1890 en lo relativo a las horas de trabajo, “despedir de los trabajos a los obreros socialistas” y “no admitir a ningún operario sin previo certificado de conducta”. Esto al final condujo a otra serie de conflictos sociales y huelgas… pero eso ya es otra historia.
En noviembre de 1892 Jose María Loma cesó en el cargo de capitán general, pasando a la reserva y residiendo a partir de entonces, hasta su muerte en 1893 con 71 años, en Vitoria. Está enterrado en el cementerio de Santa Isabel, en la calle Santa Cruz, número 41. Si pasan por delante de ella, les ruego un recuerdo, un homenaje para este hombre que supo y quiso, en esta ocasión tan crucial para la lucha obrera, ponerse del lado de la justicia.